DR. LAURO FERRUCHO.[1]
En Venezuela hablar de
salud, de servicio y atención hospitalaria, considerando también que el
concepto de “hospitalario” no sólo hace referencia a la asistencia sanitaria de
la que debería gozar todo individuo ante un caso de enfermedad o emergencia de
salubridad nacional, sino también al apoyo y la protección que requiere toda
persona sin importar su condición social y económica. Lamentablemente, ambas
acepciones semánticas están en desuso o sufren de una indolencia demoledora
frente al diagnóstico clínico poco favorable de nuestros hospitales, el estado
de sus infraestructuras, la carencia de medicamentos, la insuficiencia de
equipos quirúrgicos de alta tecnología, y lo más grave aún, la existencia de
algunos médicos que no se preocupan por el bienestar de sus pacientes
recordando y poniendo en práctica el juramento de Hipócrates por encima de sus
intereses codiciosos o el prestigio de un título sin dolencia o empatía con el
otro –en este caso- con los enfermos u convalecientes.
En
tal sentido, lo verdaderamente trágico de nuestra condición hospitalaria es el
egreso de médicos que no se preocupan por la salud de sus pacientes, sino por
la influencia y el escalafón de peldaños burocráticos que los pudieran catapultar
cada día más hacia el puesto laboral que siempre han ambicionado alejándolos de
la realidad social de nuestro contexto y devenir ciudadano. Y es que el
paciente viene siendo un número, un dato, un expediente con el que sólo hay que
tener contacto para diagnosticar su enfermedad y pronosticar un tratamiento en
concordancia con su ganancia lucrativa y no con el alivio de la persona
enferma.
Es
allí cuando se implanta el chip en la tergiversada conciencia de las personas haciéndoles
creer que la salud es un privilegio que sólo funciona eficientemente mientras
se privatice o se reserva el derecho de admisión bajo el legado de seguros o
pólizas “pocos sociales”, y planes clínicos que hipotecan la salud
convirtiéndola en una empresa especulativa y no un organismo humanitario.
Por
tal motivo, nos enfrentamos a la disyuntiva Salud ¿derecho o privilegio? Y si
ésta es una disposición constitucional ¿Por qué los gobiernos anteriores se
dedicaron a apoyar las campañas fetichistas médicas de privatizar el sistema de
salud reservándose el derecho de admisión excluyendo a los más necesitados, en
este caso, de los pobres, a la gente sin recurso alguno para “abonar” las
ofertas mercantilistas de las clínicas privadas y sus ilícitos procedimientos
operarios que consistían en fichar a la persona con un seguro médico que ante
una situación de accidente o emergencia imprevista, agotaban el monto de la
cobertura total del contrato supuestamente “benefactor” jugando así a la ruleta
rusa con el estado de salud de la persona.
Fue
así como el concepto de “exclusividad” comenzó a formar parte del eslogan de
muchas clínicas que cercenaban el espíritu vocativo de algunos médicos haciéndolos cómplices de un sistema,
un régimen hospitalario alejado de sus convicciones de respetar, apreciar y
salvar las vidas de las personas.
El
derecho a la salud se convirtió en el privilegio de alcanzarla. Quien no tenía
los medios económicos para abonar, empeñar o saldar su vida en alguna de las
clínicas privadas del territorio nacional, o cambiando el escenario del
discurso, en algunos de los centros hospitalarios públicos del Estado,
caracterizados por el retraso, la postrada espera, la falta de insumos,
insuficiencias de camillas, abarrotaje de pacientes, riesgo de infección
sanitaria, insalubridad, inseguridad, fallas en los laboratorios.; en síntesis,
el pandemónium hospitalario, estamos siendo testigos de dos realidades de una
misma moneda de abusos y precariedades; de elitismos y atropellos, de
corrupción y malversaciones. Un sistema hospitalario en estado de coma, con ACV
administrativo y ministerial bastante deplorable y pernicioso.
No
obstante, el sistema hospitalario en la actualidad ha venido dando signos,
señales de recuperación bastante favorables. De una década para acá el nuevo
gobierno nacional ha priorizado dentro de su agenda de construcción social el
tema de la salud como uno de los principales intereses y las necesidades de la
población, pero con una acertada visión y misión socialista, humanitaria,
solidaria, recíproca, benefactora.
Una concepción holística del verdadero
trabajo de los médicos que consiste en acercarse a las comunidades, estar en
contacto con las personas a través de la
instauración en los barrios u otras localidades rurales de las misiones como
Barrio Adentro. Y esto fue posible gracias al apoyo bilateral del gobierno de
Cuba el cual trabaja en función de estudiar la salud como un fenómeno causal
para entender la marcada división de las clases sociales que se observan en
Venezuela. Un gobierno que durante años excluyó a los pobres, que anuló o se
desentendió de las condiciones precarias de su pueblo; que tabuló a la
población en ricos y pobres concediéndole sólo a una parte de esa porción
estadística que resume a un país en ecuaciones irracionales y desahuciadamente
sensitivas, los beneficios de los cuales TODOS sus ciudadanos deberían gozar.
Un régimen que discrimina y elude sus
responsabilidades; que avala la marginalidad en favor de sostener su tiranía y
barbarie imperialista delimitando las condiciones hospitalarias de un país
dividido en poder de adquisición
vs capacitación
para la resignación.
Con la llegada de las misiones, se abrió
una puerta de conocimiento y esperanza. Trabajar desde y hacia las comunidades
es la consigna. Preocuparse por la dotación de medicamentos de forma gratuita
sin jugar con la desesperanza del necesitado. La medicina no es sólo una
ciencia, sino una disciplina con carácter y voluntad para servir, socorrer,
favorecer y avenar las aflicciones del paciente; una tarea que implica ganarse
el afecto y la confianza del enfermo siendo carismático, gentil y por sobre
todas las cosas tolerantes. La
medicina no es una empresa farmacéutica, no debería convertirse en un negocio
de retribución por los servicios prestados.
Por
consiguiente, se debe trabajar en función de acercarse al paciente, de
transformar esa falacia social de suponer o dar por sentado que la
privatización hospitalaria es garantía de salud; que la vida es un privilegio
al que sólo acceden los más acaudalados.
Convertirse
y formarse como médico son dos verbos de inflexión semántica bastante
diferentes. Un título te valida el derecho a ejercer tus funciones; te
convierte en un profesional al servicio del bienestar físico y emocional de las
personas. Pero quien nos forma como “médico” son nuestros pacientes, el deber
ético y moral como profesional de salud, el empeño y entusiasmo por atender a
los enfermos aprendiendo de ellos; con la diligencia y honestidad que amerita
el caso. La práctica hace el oficio; e igualmente profesión u oficio son dos
conceptos disímiles pero que se complementan.
Por consiguiente, resta
que el médico internalice de manera significativa ambos conceptos en pro del
bienestar del ser humano, el cual va más allá de la cura, de la prescripción de
un récipe, del seguimiento de un tratamiento: es la muestra más leal de que la
medicina y el ser medico, es un acto de fe, consagración, constancia y
empirismo. Un logro terapéutico que masajea los pensamientos y el alma del
galeno para ser y hacer valer la vida de las personas. Antes del YO, están los
DEMÁS. Y ése es uno de los juramentos que deberíamos mantener latente todo
médico, que se precie de serlo, toda instancia hospitalaria de manera sabia,
reflexiva y competente.
[1] .- Medico residente cursante del postgrado en
anestesiología. Convenio Universidad Bolivariana de Venezuela y Hospital Clínico
Coromoto. Este trabajo es el producto de
mis reflexiones realizadas en el desarrollo de la Unidad Curricular Dimensión sociopolítica
y derecho a la salud en Venezuela, Impartida por el Prof. Oswaldo Garrido.
2012.
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